sábado, 15 de diciembre de 2012

¡SIENTE A UN RICO A SU MESA!

(NOTA DEL EDITOR: No están las cosas para muchas campanadas, pero es un placer poder reunir en intrusosenlared, extrañamente navideño, a Alfonso Castro, mi hermano del alma, periodista y mejor poeta, con un artículo que me trae tantas imágenes y contrastados sentimientos a la memoria y al amigo Juan José Barro (Cheiño de To), buen ilustrador y maestro de la retranca. Arteixo y Puertollano unidos por la fina línea de la ironía. Gracias mil y mi reconocimiento para ambos.)


¡SIENTE A UN RICO A SU MESA!
TEXTO: ALFONSO CASTRO
ILUSTRACIONES: JUAN JOSÉ BARRO




No hace mucho tiempo en la España secuestrada por los militares fascistas se puso de moda entre las clases pudientes un proceder vergonzoso y humillante, vendido desde el Poder como un sentimiento de caridad cristiana hacia los más necesitados, que consistía en invitar a cenar en un día tan señalado como la Nochebuena a un pobre de solemnidad, para de esta manera limpiar los agasajadores su (presumiblemente mala)  conciencia de enriquecidos.


Comportamiento tan peculiar tuvo su origen en pleno Franquismo, con la complicidad de la Iglesia Católica de entonces, fruto de la ocurrencia de algún preboste del Régimenque tomó carta de naturaleza en una campaña/consigna mediática de pseudopolítica social, de infame título (Siente a un pobre a su mesa), lanzada a los cuatro vientos por los mentores de la Dictadura allá por los años 50, que fue bien acogida por la burguesía y la aristocracia de la época.

La campanuda consigna debió calar hondo en numerosos hogares biempensantes de la piel de toro, aunque no debió durar muchas Navidades, pues el maestro Luis García Berlanga se encargó en 1961 con su habitual chanza de cortocircuitar semejante exabrupto en su genial y sarcástica películaPlácido, que estuvo nominada en los Oscar de Hollywood y a la Palma de Oro del Festival de Cannes.


En tan bello y esperpéntico retrato social cinematográfico, como recodarán los lectores que hayan tenido la suerte de ver el film, a raíz de una subasta caritativa de una empresa de ollas de cocina, uno de los pobres seleccionados, invitado a la cena de Nochebuena de una familia pudiente de una pequeña ciudad de provincias, sintióse indispuesto en el ágape, falleciendo repentinamente, avivándose así aún más el humor negro del film.

Felizmente la desdichada ocurrencia de las fuerzas vivas del Régimen pasó pronto a la Historia Negra del país, aunque en algunos reductos familiares conservadores siguiese cundiendo el mal ejemplo algunos años después, seguramente hasta que los pobres se cansaron de ser tan vilmente utilizados, al tiempo que tomaban cierta conciencia de clase explotada.



Con el correr de los tiempos y tras el albur de la Democracia, los ricos de ahora no son tan pusilánimes y han aprendido bien de sus propios errores y de sus infamias. Saben que aún cargan con el pecado y que, temprano o tarde, tendrán su penitencia.

Los últimos datos de la Encuesta de Condiciones de Vida de los Españoles, difundidos este año por el Instituto Nacional de Estadística, no dejan lugar a dudas sobre el injusto reparto de la riqueza que el Sistema genera en plena crisis económica y social, con el 25% de la población activa (unos 5 millones de ciudadanos) en situación de desempleo.

Nada menos que el 21,1% de los españoles vive por debajo del umbral de riesgo de pobreza, estimado en 625 euros mensuales por familia, siendo los más pequeños de edad (más de 2,2 millones de niños) los mayores paganos de la explosiva situación.

Al otro lado del reparto de la riqueza se sitúan los pudientes, los adinerados, muchos de ellos practicantes de la caridad -todo hay que decirlo-, pero enemigos acérrimos de modificar el eterno status quo de pobres y ricos.

Según diversas estadísticas, en torno al 10% de los españoles acaparan el 41,9% de la riqueza nacional. De ellos un 1% disponen de hasta el 18,3% del total de esa riqueza y aún precisando más, las 200 familias más enriquecidas del país suman un patrimonio por encima de los 135.000 millones de euros.

Un patrimonio que, obviamente, va a más año tras año a falta de una política fiscal más justa y progresiva que los sucesivos gobiernos que han regido el país han preferido ignorar, manteniendo una estructura financiera que permite a las clases pudientes invertir en las Sociedades de Inversión Mobiliaria de Capital Variable (las famosas SICAV) con una tributación de sólo a un vergonzoso 1%.



Así las cosas y echando mano de ese originario espíritu navideño –antagónico del voraz consumismo actual que envuelve la Navidad- de celebrar el nacimiento de Jesús para redimir el mundo, de fraternales deseos de paz, amor, felicidad y solidaridad hacia toda la Humanidad, permítanme que les revele una especie de sueño cristiano -y que silencie otros, en clave pagana, que me guardo para mejores ocasiones-: la puesta en marcha de una nueva campaña social de Navidad, esta vez reivindicativa, no caritativa y antagónica de la que rigió en España hace más de medio siglo.

Una campaña navideña, no menos campanuda que aquella otra de laOprobiosa, con propósito de permanencia en el tiempo, ideada y orquestada por los movimientos sociales cristianos de base más combativos del país, tolerada por los Gobiernos de turno y con un título que no habría que rebuscar más allá de la memoria colectiva reciente: ¡Siente a un rico a su mesa!

Los anfitriones bien pudieran ser las familias más necesitadas de todo -hasta del mínimo hogar en el que compartir las penas-, que con sus escasas viandas compartidas debatirían con los invitados de postín sobre el desigual reparto de la riqueza en España y en el orbe entero, sobre la desobediencia reinante a cerca de lo esencial de la Doctrina social de las Sagradas Escrituras, recordándoles al tiempo la célebre frase de Jesús, recogida en los Evangelios canónicos del Nuevo Testamento, escritos por Marcos, Mateo y Lucas “ Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el reino de los Cielos.”

¿Qué nos depararía esta nueva campaña? No puedo contarles más detalles porque un brusco despertar acabó con el sueño al poco de comenzar… Pero mucho me temo que apenas tendría la más mínima aceptación de parte de los enriquecidos destinatarios –que la considerarían demagógica, como todo lo que no les cuadra en su universo de intereses-, salvo contadas excepciones de posibles arrepentidos y de éstos a más de uno posiblemente se le atragantaría el menú con tan dialéctico debate y tendría hasta la suerte de llegar a tiempo a un hospital y no fallecer en el suceso.



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