martes, 8 de marzo de 2011


DEL ALTAR AL CEMENTERIO


En el amplio refranero español existe uno muy curioso que dice: “quien bien te quiere te hará llorar”. Lo escuchaba de niño cuando me reprendían con dureza. Y ya no entendía antes y tampoco entiendo ahora esa relación causa- efecto entre el amor y la ira.
Hoy, Día Internacional contra la violencia de género, ese refrán adquiere una actualidad desgraciada porque resume metafóricamente alguno de los aspectos más crudos y de más difícil solución, como son los que afectan a la esfera de los sentimientos, en el problema de la violencia de género contra las mujeres. Que sigue siendo, sin lugar a dudas, la mayor vergüenza de una sociedad que se dice civilizada y democrática.
Sabemos que la mujer maltratada vive en un mundo de miedo físico y psicológico. Pero también vive en un ambiente de contradicción sibilina en su capacidad afectiva que la asfixia y la hace dudar de sí misma. Una duda trágica que la conduce a perdonar y conceder nuevas oportunidades a su maltratador. Una duda que en muchas ocasiones la llevará del altar al cementerio después de sufrir un horroroso calvario.
Y es también esa duda afectiva la que se pone de excusa, muchas veces, para justificar el comportamiento pasivo de las fuerzas de seguridad, de la justicia, y también de los círculos familiares y de amistades, que se desentienden y bajan la guardia aflojando la vigilancia sobre el violento. Todos ellos parecen asumir que,  (como ella le quiere, y contra el amor nada se puede hacer), no queda más remedio que rendirse. Por eso creo que en esa duda afectiva reside, hoy por hoy, uno de los flancos más desprotegidos a los que la víctima se enfrenta.
Ya sabemos que la violencia contra la mujer no es ninguna novedad, desde que tengo uso de razón he visto muchos casos de maltrato familiar en general, y contra la mujer en particular, provocados por el machismo imperante. La novedad, desde hace algunos años, es que muchas mujeres son asesinadas por perder el miedo a denunciar a al maltratador.
Es cierto que la sociedad se va concienciando lentamente y que la cobertura legal y los mecanismos de protección han mejorado sensiblemente, pero si nos atenemos a los hechos comprobaremos que no son suficientes y que queda mucho por hacer.
En general, con la aprobación de la Constitución española, se dio carta de naturaleza legal a la igualdad de sexos, pero la letra no hace que esa igualdad sea efectiva y real. Podemos comprobarlo cotejando cualquier encuesta de este mismo año sobre paro, sueldos o calidad de vida, aspectos fundamentales para que la mujer pueda ser dueña de verdad tanto de su presente como de su futuro. Si lo hacemos podremos ver que lo único efectivo y real sigue siendo la discriminación por cuestión de sexo.
La negativa influencia de aquella frase de Pilar Primo de Rivera, “la mujer en casa con la pata quebrada”, sigue presente en nuestros días en el comportamiento de muchos hombres y en la propia organización de la sociedad. Es cierto que se han aprobado y desarrollado leyes que van en la buena dirección, pero podemos y debemos hacer algo más, es una cuestión de dignidad humana. No es un problema de clases sociales, los violentos anidan en todos los estamentos.
Sobre todo debemos reforzar la prevención a través de la educación en las escuelas, es preocupante que jóvenes que no llegan a cumplir 20 años repitan estas prácticas humillantes con sus novias o compañeras. Debemos profundizar en los comportamientos dentro del núcleo familiar. Estamos obligados, por pura decencia, a aportar todos los medios necesarios para que las mujeres maltratadas recuperen la confianza y se sientan seguras, para convencerlas de que no están solas, de que su problema es un problema de todos. Debemos tomar conciencia, no sólo de boquilla, de que cada bofetada que recibe una mujer, es una bofetada a nuestra dignidad como seres humanos.
No podemos permitir que los maltratos se sigan produciendo, con la violencia no puede haber ningún tipo de comprensión ni tolerancia. Cuando se permite el primer chantaje emocional o la primera bofetada se abre la puerta a un futuro de esclavitud que suele terminar en la camilla de un forense.
Luego vendrán las lágrimas y el “yo la quería”, mientras se comportaban como dueños y señores feudales imponiendo la ley del más fuerte. Por eso, el único refrán posible, si es que sirve para algo el refranero, podría ser: “el que bien te quiere te hará soñar”.

SANTIAGO PAZOS

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