miércoles, 9 de febrero de 2011

SEBASTIÁN
Un relato corto de Diego Loureiro

(NOTA DEL EDITOR:  A partir de hoy, dividido en tres capítulos, os ofrezco "Sebastián", un relato corto que Diego Loureiro escribió para un monólogo (como podéis ver en la imagen), y que luego se convirtió en esta historia de pasiones.
A Diego le conoceréis muchos en su faceta de letrista, compositor y vocalista, ya sea en solitario, en grupos de pop-rock, o en la actualidad con orquestas como "Los Player's". Pero su inquietud creativa no se limita solamente a la música, también escribe y hace sus pinitos en el mundo de la imagen creando e interpretando algunos vídeos como amateur.
En este relato, utiliza el lenguaje común de la calle, a veces tabernario, para describirnos a unos personajes a los que la pasión convierte en víctimas de sus propios actos. Seres urbanos que bajo una coraza de rudeza carnal esconden una sensibilidad límitada. Las ideas marco en las que se desarrolla la trama son el amor, el desamor, las mujeres, el sexo y su escasez. Temas que aparecen también en muchas de las letras que Diego ha escrito para sus canciones. SANTIAGO PAZOS).


Diseño del cartel: Santiago Pazos


PRIMER CAPÍTULO


Tenía el labio partido y el pelo rizo, era estudiante de no sé qué cojones, decía ella. La verdad, a mí nunca me interesó, por decirlo de una  manera fina, conocer sus aficiones. Lo que sí me interesó desde un principio fueron ese par de Tetas que yo deseaba comerme, la muy puta iba pidiendo a gritos que la pusiesen a cuatro patas, y  de paso digo ¡que sí!, que esa es la postura  que más nos gusta a nosotros.

Bueno, el caso es que estaba buena y yo me la quería tirar:
“Porque no os engañéis chicas, lo único que queremos de vosotras es eso, o qué pensabais, ¿qué ese que tenéis a vuestro lado es distinto?, ¿creéis que os quieren por vuestros miles de maravillosos dones que nosotros detestamos?, ¡pues no!, es por el simple hecho de que queremos follar con vosotras. El resto, todo ese mundo que os envuelve y os hace ser tan especiales, ¡princesas!, como vosotras os denomináis, a nosotros nos importa un huevo. Todo eso para nosotros es un trámite por el que, digamos que si queremos  follaros, tenemos que pasar”.

Y que no se nos note, que por encima, las muy hijas de puta son listísimas, se dan cuenta a la mínima si estas pasando de ellas, que es la mayor parte del tiempo. Pensar por ejemplo en la actitud de un  hombre antes y después de un polvo.

El hombre se acuerda más o menos de su  novia o compañera sentimental en función de las ganas de follar que tenga. Hay algunos que tienen la técnica tan depurada que pueden hasta resultar encantadores antes de echar un polvo, o antes de hacer el amor, etiqueta claramente femenina la cual a mi me hace mucha gracia. Cuando tenemos frío nos ponemos una cazadora o jersey, si tenemos hambre comemos, y si tenemos ganas de follar nos volvemos amables y cariñosos. Muy pocos reconocemos este echo abiertamente ante las féminas, y muy pocas veces lo reconocemos entre nosotros.

Hay hombres que no están para nada de acuerdo con esta teoría, o sentencia más bien, pero en realidad son casos en los que la autoestima, dependencia, inseguridad, educación, cultura, dudas sobre su sexualidad, no estar a la par con los cánones de belleza actuales, traumas, economía ausente,  etc., tienen confundidos a estos chicos.

Observemos por ejemplo la magia de  la masturbación, estamos en casa tranquilos, leyendo, o viendo la tele, y de repente nos acordamos de nuestra princesita de porcelana:
“Hacemos el amago de coger el teléfono para llamaros, para saber cómo os fue el día, para saber si estáis por el barrio y os acercáis a saludar, pero de repente un pensamiento nos frena. ¿Qué será lo que nos hace dudar? ¿Será el hecho de tener que escuchar realmente cómo os fue el día, o de sentirnos obligados a explicar que todavía ocupáis un lugar importante en nuestras vidas?, ¿o será el echo de saber que después de copular, no nos podemos marchar, que tenemos que quedarnos media hora como mínimo a vuestro lado, pasaros el brazo por encima y daros los últimos besos, que si os fijáis bien, ya no tienen tanta intensidad? El caso es que a veces no tenemos tanta energía y no nos apetece soportar todo eso. Por lo cual nos hacemos una paja, y es entonces, al acabar, que sucede el milagro, ¡ya no nos apetece veros!”

Ese sentimiento, que al principio algunos confundían con amor, se amontona en el desván de la cabeza hasta que nos vuelva a hacer falta para no sentirnos culpables cuando ellas nos digan que no las queremos, que pensamos con la polla, que somos unos animales. Que en realidad es verdad, somos animales y ellas lo saben, pero prefieren quedarse con la parte romántica, aunque después, cuando se encuentran con la realidad, les duele más. Incluso parece que les guste sufrir, y sí, ya lo sé, este es un punto que compartimos en común, somos tan inconscientes que nos gusta sufrir, sobre todo por amor,y eso es culpa del ego.                                                                                                                                   

Un amigo me dijo una vez que llevaba dos semanas saliendo, o como lo queráis llamar, con una chica, el caso es que ella ya se le había puesto a llorar, demandándole cariño. Que esa es otra, ¡qué el cariño no se pide, se gana!, piden cariño como quien pide un cigarro ¡joder! Bueno, yo no me lo explicaba hasta que mi colega me dijo que habían estado el día anterior follando casi dos horas. Y ahí es cuando nace el sentimiento de amor en la mujer, cuando la follan bien. ¡Y que me follen si miento!

No somos iguales a vosotras, no sois iguales a nosotros, pero eso no tiene por qué ser malo, las personas somos las responsables de que las cosas, acciones, o como queráis, se vuelvan malas o buenas, porque no hay buenas o malas  acciones, solo hay acciones, el titulo o categoría se lo ponemos nosotros, como siempre ha sido. En eso sí que somos buenos, en decir como son las cosas, aunque en el fondo, o más bien en la superficie, no tengamos ni puta idea. Hablamos, eso sí, como si cada uno de nosotros tuviese un juez en los cojones, y así vamos por la vida, esa que parece tan larga, con nuestros huevos por bandera, diciendo a todo el mundo cómo deberían hacerse las cosas.

Con una arrogancia y seguridad sublime soltamos consejos desde el balcón del hombro, creemos conocer una verdad que no existe, que nunca existirá, y así danzamos torpes hasta la muerte, una muerte que aún no hemos aceptado. A no ser que seamos como uno de esos bailarines que se creen que el verdadero artista viene después; ¡pues ala, a ensayar!, que si es cierto, lo vais a tener difícil, porque ese director de escena que decís que tenéis tiene pinta de ser un verdadero cabronazo.

Bueno, que tenía el labio partido y el pelo rizado. 

El tiempo iba pasando mientras hablábamos de nada, eran en total un juego de palabras que colocadas estratégicamente formaban una tarjeta de presentación para venderse a sí misma.

Yo la observo con cara de que parece que la escucho, asintiendo con la cabeza y soltando algún “claro, aja, humm” cada seis o nueve segundos, aprovechando sus instantes de despiste para volver a mirarle las tetas.

- Bueno, ¿y tú a qué te dedicas?, (dijo ella).
- ¿Eh?, ¡ah, yo!
- Hombre guapín, dado que yo llevo hablando un buen rato sobre mí, supongo que te estaré hablando a ti, ¿no?

En eso tenía razón, no paraba de hablar. Era mi turno en el juego, iba a usar la técnica de la verdad, que nunca falla, consiste en hablar de mis miedos, fracasos, impotencia ante la vida, pero todo esto contado como quien habla del tiempo. Supongo que a ella también la note un poco desamparada. Ese era el plan, hablar de mí como si hablase de ella.

- Yo en realidad no hago nada, me gusta el teatro, canto en una orquesta, leer un poco, pero en realidad soy un desastre, todo el tiempo libre que tengo me lo paso viendo la tele, fumando porros y tres o cuatro cosas más poco interesantes.

Ya estaba, el plan comenzaba a hacer efecto, el hecho de que mi actitud hacia la vida fuese tan negativa provocaba en ella un sentimiento de todo lo contrario, no paraba de observarme atentamente y con deseo mientras yo le contaba el caos que era mi vida.

- Bueno, y si esto es así, ¿me pregunto qué estoy haciendo aquí hablando contigo? (dijo ella).
-Eso lo sabrás tú cariño, yo no te obligo a quedarte.

Me miró con expresión indiferente, no parecía dolida, llamó al camarero, pago lo suyo y lo mío, no dijimos nada hasta que le trajeron la vuelta, entonces dijo:

 -Tengo cosas que hacer, me voy.

Me quedé callado, algo sorprendido, pero no mucho, la seguía con los ojos mientras se iba, estaba realmente buena, ya me llamaría, estaba seguro.




  Autor de la foto: Diego Loureiro


SEGUNDO CAPÍTULO

Habían pasado ya dos días y aún no tenía noticias de BEA, me extrañaba demasiado, estaba nervioso, expectante, buscaba un motivo para entender su actitud, me estaba jodiendo de verdad que no me llamase. Esa noche salí a dar una vuelta por los bares, no podía evitar pensar en ella, la buscaba, pero BEA no aparecía, me emborrache bastante y acabe con un colega, teniendo una conversación sobre lo putas que son las mujeres. Suso opinaba lo mismo, claro, y allí estábamos dos hombres solos y borrachos, comiéndose la noche a base de machetazos.

Ya en mi casa, había vomitado fuera del váter y me dirigí a la cama dispuesto a dormir sin fregar el suelo. Pero esa noche no pegue ojo, no podía dejar de pensar en BEA. ¿Por qué no me llamaba? Di  miles de vueltas en la cama hasta que logré quedarme dormido y tuve una pesadilla bestial:    
   
           “Estaba dentro de una botella de cristal en forma de coño y vi como se acercaba una jirafa enana que empezó a lamer la botella hasta que de repente se rompió haciendo que los cristales desapareciesen en el aire volviendo a caer luego para rajarme todo el cuerpo. Tenía todo el cuerpo cortado menos la polla, me quede mirándola, tenía un tono verde-marrón muy inquietante, el glande estaba blando y lo note muy frió, helado. De repente salieron dos bocas, una en cada testículo, y empezaron a gritarme, de una forma hiper- violenta”.

Entonces me desperté, sudando, llorando, apretando fuerte las sábanas hasta que me calmé. Y otra vez ella, BEA… No la podía borrar de la mente. Es que tendríais que haberla visto, era preciosa. parecía un ángel bajado del cielo por el echo de ser demasiado perfecto, tenía los ojos verdes y una mirada triste pero segura, el pelo castaño y rizado, con un flequillo que jugaba con una nariz delicada, pequeña, sus labios eran gruesos y húmedos, como el cáliz perfecto, sus hombros y su cuello formaban una base única para la carita más bonita que yo había visto en mi vida. Su cuerpo era el molde por el que se habían hecho todos los demás, aún puedo acordarme de su olor… no puedo olvidarme de cómo huele…
                                                                                                                                                         Pero de repente me acordé, ¡no le había dado el teléfono!, ¡seré imbécil! ¡Ahora encajaba todo!, ¡la muy puta no podía llamarme!, ¡ja! Me la imagino toda hecha polvo, devorándose las uñas, desquiciada y con problemas para dormir, deseando verme por la indiferencia que mostré aquel día. Pues su situación iba a seguir así, debía mantenerme frío. Mañana me pasaría por el bar Vicios, sabía que ella estaría allí, toda jodida, preguntándose como podía haber sido tan estúpida para dejarme escapar.
Había quedado para cenar con Suso a las nueve y me di un paseo hasta llegar al bar donde habíamos quedado, caminé por el centro de mi ciudad, me gusta pasear mientras observo a la gente, sobre todo a las mujeres, es increíble la gente que hay en este maldito mundo y algunos pensando en la monogamia, ¡es ridículo! A veces, cuando me cruzo con una pareja me gusta mirar fijamente a los ojos de la chica y observar   como ella también me mira a mí, es muy curioso, cuando van solas es distinto, esquivan tu mirada, es más, hacen como que no existes, algunas, las que miran, suele ser porque hace más de un año que no huelen un hombre y se sienten necesitadas hasta tal punto que olvidan esa soberbia que tenían cuando lavidalessonreía.                                                                                                                                                                    

Y sigo paseando mientras veo a toda esa gente perdida, peligrosamente seguros de saber a donde van, a esas parejas cogidas de la mano, besándose como si se acabase el mundo en cinco minutos, pero sin dejar de mirar de reojo a su alrededor por si a caso les falla ese amor que perjuran que es real.

Llegué al bar, harto de contemplar el arte de la vida, Suso aun no había llegado. Yo ya lo sabía, por eso le había dicho a las nueve, siempre llegaba tarde y cuando digo siempre quiero decir siempre, es un dato de su personalidad que nunca había logrado arreglar, pero era mi amigo y la amistad es así, no sé cuáles serán mis defectos, no creo que tenga muchos, pero seguro que él me encuentra algunos y los tiene que aguantar.

Después de cuatro cañas y un vino se dignó a aparecer, aunque no lo hacía solo, venía con una chica retozándose, apretándola contra él mientras caminaban, besándola. Cuando llegaron junto a mí no me lo podía creer, ¡era BEA!, ¡con Suso! Noté como un rayo me partía el pecho, sujeté fuerte la barra mientras se acercaban.

Yo, aguantando las ganas de llorar. Ella, ya me había visto y avanzaba hacia mí sin el menor gesto de sorpresa, se quedó mirándome como si nada. Suso estaba feliz, y no me extraña, Bea era la clásica mujer que con sólo concederte un paseo te alegraba el día, no sé si venían de pasear, pero de ser así espero que no lo hubiesen hecho a la luz de la luna.    
                                                                                                                       
- ¿Qué pasa tío? Mira, traigo una invitada, se llama Bea, éste es Sebastián.
- Hola, ¿qué tal? (Dije yo).
- Bien, ¿y tú? (Contestó Bea).
- Pues no también como vosotros. (Respondí).
- Bueno, ya están hechas las presentaciones, vamos a cenar.
- Yo voy al baño. (Dijo Bea, dejándonos solos).
Los dos nos quedamos mirándola en silencio mientras se iba, cada uno con un motivo distinto, él se la quería tirar, yo quería matarla.

Bueno, qué me dices, no me digas que no está buenísima. Y además tienes que conocerla, es cojonuda tío, la conocí ayer, estudia psicología. La vi en el Vicios, estaba sola jugando a la maquina de los dardos y tuve que ir a hablar con ella. Ya sabes como soy para estas cosas, que no me va eso de acercarme a una tía, así, sin conocerla de nada, ¿pero tú la viste?, es increíble, me gusta de verdad.     
 -Sí, no esta mal. (Comenté desanimado).
-¡Qué no esta mal, pero te has fijado bien!, ¿te pasa algo tío?, estás pálido.
-No sé…Me duele un poco la cabeza, no creo que me líe mucho hoy, es más, tampoco tengo mucha hambre.
-¿Cómo?, venga no me jodas, a la cena te tienes que quedar.
-Venga vale, pero vengo ahora.
-¿A dónde vas?
-Voy un momento afuera tío, tranqui que vengo ahora.
-Vale, vale, pero a ver qué haces que te conozco ¿eh?

Salí a la calle, necesitaba aire,¡joder qué situación!,¿y qué cojones se suponía que debía de hacer ahora? Me hice un porro, quería relajarme aunque sabía que ese no era el mejor método, los porros me afectaban un huevo, se me iba la pinza mogollón, me desinhibían hasta un punto de locura bastante preocupante. Y ya lo empezaba a notar,  ¡joder!,  los ojos se me escondían como si tuviesen frío, la boca se me habría para quedarse así, dándome una expresión de idiota que no me gustaba nada, me pesaban las piernas, menudo cuadro de tío, siempre huyendo de mí mismo de la peor forma.
Llamé a Mito por teléfono, tenía que quitarme este atontamiento en el que me había metido yo solito por ser tan ídem. Todo el mundo decía de Mito que le romperían la cara en cualquier momento, que era un usurero, estafador, hijo de puta, pero nadie lo hacía nunca. Yo también pensaba que era un cabrón, pero en este momento no había nadie más disponible para alegrarme la nariz. No tardó mucho en llegar, era lo bueno que tenía, tardaba poco y te llevaba la cocaína a casa, igual que telepizza, aunque él no te daba dos por uno, bueno, en realidad telepizza tampoco, es más, a la larga, si hablamos de hijos de puta, telepizza lo son mucho más que el pobre Mito, que ni llega a camello. No es más que una hiena que reparte un poco de coca podrida en esta ciudad poblada de buitres, entre los que me incluyo. Cogí dos gramos, ciento veinte euros, por si a alguien le interesa saber lo que cuesta estar despierto cuando el resto del mundo tiene sueño. Le di las gracias, también puedo ser muy hipócrita si quiero.

Nos fuimos a cenar los tres juntitos, se iban riendo de todas esas cosas de las que normalmente uno no se ríe, a no ser que queramos algo. Yo iba callado, fumando un cigarro, pensando en meterme un tiro sin saber cómo cojones no me había marchado antes. Habíamos llegado al restaurante y me fui al baño directamente, sabía que meterme coca antes de comer  no era bueno pero me dio igual. Me puse de rodillas en el suelo aguantando con un pie la puerta que no tenía cerrojo, limpié un poco la tapa del váter con papel, abrí la bolsa y vacié medio gramo. Para quien no este enterado de las reglas de este inocente juego debo decir que con esa cantidad se podían hacer cinco o seis rallas bastante generosas, pero estaba histérico y más que lo iba a estar con esta exageración de mierda en mi cerebro. Me fui al comedor, ellos ya estaban sentados, se besaban.

Me senté, encendí un cigarro y tras dos caladas llega el camarero.
-Buenas noches, ¿han decidido?              
-¿Nos da un minuto por favor?, falta aquí este chico por decidirse.
-Muy bien, les dejo que piensen.
-Venga Sebas, ¿qué va a ser?
-No sé, cualquier cosa…
-Mira, de primero yo he pedido ensalada de vieiras con mollejas, que tienen que estar de puta madre.
-¡Qué fino!
-¡Calla mamón!, y de segundo BEA y yo hemos pedido lo mismo, pollos tomateros a la parrilla, venga escoge un primero.
      
¡Joder!, nunca me habían gustado las cartas de los restaurantes, si en una normal me era imposible decidirme, ahora lo llevaba claro, no tenía puta hambre, tenía que haberme marchado antes ¡coño!

Autor de la foto: Santiago Pazos



TERCER CAPÍTULO


La coca y la comida no se llevan bien, sólo de pensar en comer se me formaba un nudo en la garganta, me estaba ahogando entre cogollos de lechuga con tomates, ensalada aragonesa, cebollas rellenas de jamón y carne, crepes de verdura, espárragos con bechamel, judías verdes a la andaluza, San Jacobo de calabacín, tomates nevados, endivias gratinadas con mejillones, acelgas rellenas de carne, budín de verduras, coliflor con bacalao, empedrat, que a saber qué cojones es eso, ensalada de arroz integral con piña, macarrones marineros, pasta salteada con setas y huevo escalfado, arroz hervido en salsa verde…

-¿Qué tío, es para hoy?
-¿Eh?, ¡ah!, no sé, un arroz, éste mismo.
-¿Sabe ya lo que quiere el señor?
-Sí…éste…este arroz, el primero de todos.
-¿Arroz hervido en salsa verde? Señor.
-Sí, ése, ése.
-Muy buena elección señor, acabamos de matar al arroz esta misma mañana, je, je, je. Chiste entre camareros, ya me entiende.
-No, no le entiendo, ¿qué quiere decir?
-Bueno… ¡ya sabe!, es como un chiste entre nosotros, no tiene importancia, es…una broma.
-Sí, me ha quedado claro que estaba intentando hacerse el gracioso, pero no acabo de entender el chiste.
-Venga tío, ya está. (Intercedió Suso).
-¡Tú calla, no te metas! Sólo quiero saber qué es lo que le hace tanta gracia. A ver, qué quiere decir con que al arroz lo han matado esta misma mañana ¿eh?
-Bueno señor, no se ponga así, sólo era por…
-¿Por qué, qué pasa, qué quiere decir? No veo el chiste por ningún lado, ¿usted ve que me ría?
-¡Sebas!, ¡ joder! (Insistió Suso).
-¡Ni Sebas joder, ni ostias!, explíqueme el chiste ¡joder!
-Bu... bu... bueno, es…, me refiero a…, es entre los cocineros y yo, cu... cuando ustedes piden algo y…
(Tiré de la nariz muy fuerte y note bajar la coca por la garganta).
-¿Y qué?  ¿Me está diciendo que se ríen de mí ahí dentro en la cocina?
-No, no, señor, de usted no.
-¿Cómo que no?, ¿el chiste es sobre los clientes verdad?, ¿y quién cojones soy yo?
-¡Sebas, joder, te estas pasando!, ¿pero de qué vas tío?, ¡solo era una puta broma! (Volvió a terciar Suso bastante incomodado).
-Suso, si quieres quedamos otro día, mejor me voy. (Dijo Bea).
-No, tú tranquila, éste está tonto, ¡Sebas, déjalo ya tío!
-¡Qué me digas quién cojones soy!
-Pero señor…
-¿Soy tu jefe?
-¡Responde!, ¿soy tu jefe?
-No…
-¡Sebas! (Suplicó Suso de nuevo).
-¿Soy el carnicero?, ¿soy el pescadero?, ¿soy el que ha matado el puto arroz esta mañana? ¿No, verdad?
-No. Señor…
-¿No, verdad?, ¿entonces quién soy?
-Venga Bea, nos vamos, este tío está loco. (Dijo Suso haciendo un amago de levantarse).
-¡No, esperad! Queríais cenar y vamos a cenar, va e ser una cena cojonuda, ya lo veréis, vamos a parecer una familia, ¡a ver!, ¿soy un puto camarero como tú?, ¡responde, joder!
-Señor, yo no tengo por qué aguantar esto…
-¿Qué no tienes por qué aguantar esto?, ¿a dónde vas?, ¡vuelve aquí!

El camarero me dio la espalda y se fue, volví a tirar de la nariz mientras me levantaba. Él caminaba hacia la cocina, tenía prisa y no había quedado con nadie. Suso intentó agarrarme pero sólo consiguió romperme la camisa, Bea no decía nada, estaba sentada, clavada a la silla por el pánico. Agarré al camarero de la cabeza y lo estrellé contra el marco de la cocina, estaba muy colocado, me veía en una situación salvaje de la que ya no podía salir, de la que no quería salir. Estaba dispuesto a dejarme llevar por la ira cuando salieron dos tíos más de la cocina, uno me agarró por los brazos y el otro del pelo.
Suso, reaccionando con rapidez, ya estaba allí y me cogía del cuello mientras me repetía suplicando: ¡Vamos, joder, ostias, maldito imbécil de los cojones! ¿Pero qué te pasa cabronazo?
- ¿Soy un cliente, verdad?, ¿soy un puto cliente, verdad?, ¿te estabas riendo de mí verdad?  Pues te vas a reír de tu puta madre. ¡Soltadme!  ¡Déjame Suso! ¡Suéltame, joder! (Clamé desinflándome).

Al final, los camareros consiguieron tirarme en la calle gritándome varias veces que no se me ocurriera volver por allí.

Abrí la bolsa de coca en mitad de la calle y vacié un buen puñado en la palma de la mano, lloraba de rabia y las lágrimas se mezclaban con el perico mientras me lo metía. Suso estaba de rodillas junto a mí, no me conocía, me agarraba por los hombros intentando que reaccionase, no se explicaba lo que había pasado, lo que estaba pasando. Los camareros se habían metido dentro, creo que estaban llamando a la policía, y Bea estaba fuera, apoyada en la pared, no sabía qué hacer, ya no parecía tan segura, yo la miraba mientras esnifaba.

- ¿Y a ti qué te pasa?, ¿no estas cómoda?, ¿no te gusto, verdad?, ¿crees qué no tengo modales?
- ¿Pero tú qué tienes tío?, ¡no te pases ni un pelo con ella!
-Yo me voy Suso, paso de éste.
-¿Cómo?, ¡venga, quédate, no te vallas! Ahora vamos a ir de copas a un bar de moda. ¡Anda, quédate, ya verás qué noche! (Dije con cierta sorna).
-Espera un momento por favor. (Contestó Suso).
-¡Oh sí, cariño, mi vida, espera, no te vallas! (Insistí burlón).
-¡Cállate, ostias, o…! (Suso ya no aguantaba más).
-¿O qué?, ¿eh?, ¿o qué? (Repetí).
-O nada Sebas, o nada, no sé qué te pasa tío, pero tú no eres así. Vámonos de aquí Bea.

Me quedé sentado en la acera viéndolos marchar, él la cogía de la cintura, ella apoyaba la cabeza en su hombro, yo bajaba la cabeza pero no para llorar, para meterme otra ralla. No culpaba a Suso, él no sabía nada, la culpa era de esa zorra manipuladora, se tenía que haber ido en cuanto me vio. Entonces le habría explicado todo a Suso tranquilamente, incluso no me habría importado que se la hubiese tirado, él decidiría, aunque sé con seguridad que hubiese pasado de ella. Estas zorras siempre jodiendo, siempre metiéndose en medio. A mí no me hacían falta, me aburrían con sus anécdotas del día, con sus comentarios sobre sí mismas, ¿quién las necesitaba?, yo no.

No me apetecía volver a casa, quería olvidar todo lo ocurrido y decidí irme de putas. Vomité como tres veces antes de llegar al prostíbulo. Me apestaba el aliento y pasé por un veinticuatro horas a comprarme unos chicles de menta, era la cosa más romántica que podía hacer por la zorra que me iba a tirar esa noche. Aunque en realidad no era por ella, era por mí, si ella estaba cómoda todo sería más fácil.

Tras una puerta pequeña, con un cartel medio escondido que decía CLUB OLVÍDATE, había que bajar unas veinte escaleras, falsas como la estirpe  que me esperaba  abajo, y una cortina roída, por las penas de los que se despiertan solos, me separaba de mi alivio. Lo de las luces rojas no es un tópico, éste también las tenía, el recinto era rectangular con una gran barra a la derecha y varios sofás a la izquierda y taburetes donde las putas se sentaban y observaban calladas a sus presas, deseando que por lo menos fuesen jóvenes. También había tres maquinas, clásicas ya en todos los puticlubs, un tetris, una gramola, y por si hubiese pocas tragaperras, una más.

El camarero era bajito, gordo, calvo, pero simpático.
-Buenas, ¿qué le pongo?
-Póngame un JB con coca-cola, y cárguelo bastante.
-Usted paga, usted manda.
Al contrario que muchas personas que no sabían nada sobre la vida, yo pensaba que el mejor amigo del hombre era el camarero.
-¡Usted dirá! Avisó mientras el JB caía sobre el hielo.
-¡Basta! Respondí cuando me pareció suficiente.

El primer trago fue largo. Volví a notar la coca recordándome que aún me quedaba más cuando ella se acercó ¡Pero cómo podía tener tanto valor!, debía de pesar al menos cien kilos, y creo que desconocía lo que era peinarse, avanzaba torpe hacia mí a causa del sobrepeso. El maquillaje lo utilizaba de máscara, ¿a saber el monstruo que se escondía allí debajo? Iba vestida de puta de Makinavaja. En definitiva, era un trasto viejo, un cacharro que ya estaba a mi lado formulándome la pregunta por excelencia:
-¿Te apetece venir a follar conmigo arriba, guapo?
Vaya, me había tocado un putón fino, con estudios, tenía que estar a la par de cultura con ella, me bastaron cinco palabras:
-¡Márchate gorda, no me insultes!
Lo cogió a la primera, ¡qué listas son las putas!, supongo que será la calle que enseña, aprenden rápido a no molestar.

Todo empezaba a darme vueltas y me fui al baño a mojarme la cara. Me metí otro disparo y al volver la vi. Estaba sentada al lado de mi copa, trabajaba allí  pero parecía que no tuviese nada que ver con el resto de las putas, me acerqué y bebí un trago, la miré, y ella me miró, era guapa, demasiado hermosa para este lugar lleno de sobras del corazón.
-Hola, ¿cómo te llamas?
-Bea.
-¿Cómo?
-Bea.
-¿Cómo?
-Bea, me llamo Bea.
-¿Quieres subir conmigo a hacer el amor?
-Puedo subir contigo, pero…
¿TÚ CREES QUE ESTÁS CAPACITADO PARA HACER EL AMOR?                        
     

FIN

 
Diego Loureiro  

4 comentarios:

Anónimo dijo...

lourerio, canto daño nos fai o que nos gusta, idealizado, e que pouco satisfactorio é o ordinario,cando podemos literarizar todo para servilo no seu punto de mentira relativa, sentindonos satisfeitos das nosas frustracions como si formasen parte de unha obra literaria e non da nosa vida. un abrazo para santi e outro para ti.
p.d: este comentario non e unha critica ó texto.

Anónimo dijo...

La misoginia habitual de Diego

Anónimo dijo...

Jeje...falta un prólogo que diga algo así como
"Disclaimer:
Este es un relato de ciencia ficción. Cualquier semejanza a la realidad: nombres, lugares, personas o zorras es pura casualidad y en ningún caso intención del autor de aportar tintes autobiográficos al texto"
Un abrazo, se os echa de menos en Madrid

diego loureiro dijo...

bueno, pues para los valientes y confundidos anonimos, solo deciros, que os quiero, a vosotros y a vuestras mujeres, aunque ellas no os tengan informados de mi amor,