viernes, 12 de octubre de 2018

"CRIMEN Y TELÓN" de Ron Lalá

(FIOT 2018)
27 FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO CARBALLO

EL DEBER DE SER FELIZ
 (A propósito de “Crimen y Telón” de Ron Lalá)

SANTIAGO PAZOS

(Fotografías de David Ruiz)


Abandonados los clásicos, (es un decir), Ron Lalá regresan en “Crimen y Telón” a sus orígenes. Bueno, ni tanto… Porque la trama argumental ha ganado peso, la capacidad interpretativa demuestra una madurez incuestionable y el montaje adquiere una complejidad formal y estética que, aún sin querer, nos hace volver la vista atrás y recordar Siglos de oro y Cervantinas.

Los procesos creativos, los de la verdad, los de saltar sin red corriendo el riesgo de desnucarse, esos recorridos que llamamos arte, dejan una pátina de magia en los que han transitado por sus caminos que difícilmente son capaces de desprenderse de su saludable poso.



Y es un decir que abandonaron los clásicos porque aquí hacen un homenaje a la esencia del teatro y a todos los teatreros que en la historia fueron o siguen siendo. Cierto es, claro, que esa mezcla entre los ¿populacheros? guiños al público para enredarlos en esa fanfarria, que te engancha desde el principio para no soltarte hasta el final, y las referencias cultas y bien trabadas como la aparición del padre de Hamlet (por poner un ejemplo), o ese poema de Gil de Biedma, tan admirado por mí, recitado entre muchos otros con tanta reverencia, descoloca un poco.

Pero así son Ron Lalá. En el fondo, su labor es pedagógica en variadas direcciones. Nos mandan un mensaje muy claro. Ese tiempo que compartimos con ellos tenemos que dedicarlo a ser felices, a reírnos, a ensoñarnos, a disfrutar del arte de la comedia. No solo como un tiempo de pérdida ociosa y desenfadada, sino también como un tiempo de coincidencias líricas, amor por la belleza, respeto por lo creado y aprendizaje.  
   

Me gustó mucho el montaje, en blanco y negro con reminiscencias del cómic y del cine negro. Me entusiasmaron esos pantallazos iniciales y esa iluminación tan escasa como inteligentemente diseñada donde las sombras y los claroscuros decían tanto. Me gustaron menos algunas de sus rondallas (quizás por mi sosería genética). Sentí que corrían más de lo necesario para mis constantes vitales (tendrían prisa por recoger el premio que el público fiotero les concedió en 2016).

Y tendría que hacer referencia a otros muchos recursos teatrales que me sorprendieron gratamente. Los maniquíes, la aparición de la regidora y sus conversaciones con los técnicos, su empatía con el público y  su cercanía. Por algo en Carballo son como de casa.


Tengo que decir que a mí me gustan más cuando no se empeñan en ser tan parecidos a sí mismos, pero reconozco que cuando una Compañía de teatro, en este mundo global digitalizado, reivindica el teatro como algo analógico que hay que cuidar y defender y consigue mantenerse en la cúspide, y crecer, con un estilo tan definido, tan propio y único, lo lógico es que su fidelidad a ese modo exclusivo de hacer se haga patente y se muestre con orgullo en cada trabajo.



Salud y larga vida…




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