domingo, 21 de octubre de 2012

"El montaplatos" de Animalario

(FIOT 2012)
XXI FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO DE CARBALLO

CUANDO NUNCA NADIE OYE NADA
(A propósito de “El montaplatos” de Animalario)

SANTIAGO PAZOS


Como en toda disciplina artística, en el teatro también existen diversas corrientes, escuelas, movimientos. Distintas maneras de entender y de explicar el qué, el cómo, el quién y el para quién se hace. También distintas intencionalidades. Si dejamos a un lado la banalidad de cierto teatro de entretenimiento sin más pretensiones que pasar un rato distendido, lo que más caracteriza a las artes escénicas es su capacidad crítica para mostrarnos el comportamiento humano ante las múltiples circunstancias vitales que lo conforma o lo provoca. Lo puede hacer desde la abstracción o desde el realismo más cruel, desde el sarcasmo o el drama, como defensa, justificación o denuncia, pero siempre con la intención de ofrecer una mirada que rompa en mil pedazos el espejo de la apariencia. Y una vez que la función se pone en marcha puede gustar mucho o nada, a muchos o nadie, pero nada de eso restará valor al acto teatral en sí mismo. Después el espectador con todo derecho y plena libertad, asume o rechaza, aplaude o patalea, siguiendo baremos personalizados.
Lo decía muy claramente el autor de “El montaplatos” Harold Pinter:  En el teatro, la búsqueda de la verdad es la fuerza motriz, pero se trata de un objetivo huidizo, que puede surgir súbitamente, como por casualidad, por intuición, y muchas veces cuando se cree haberlo encontrado se escapa de nuestra comprensión y desaparece… Sin embargo, la verdad verdadera es que no existe tal cosa como una verdad única en el teatro. Hay muchas. Esas verdades se desafían la una a la otra, ceden una ante la otra, se reflejan, se ignoran, se retan, y son ciegas. A veces se tiene la impresión de haberla captado, pero se nos escurre de las manos y desaparece".
Por eso se me antoja que cuando Gus (Willy Toledo) exclama ese “nunca nadie oye nada” no sólo se está refiriendo a la angustia que le produce la soledad de su propio universo, también es la metáfora que refleja la frustración del autor, ¿y la súplica del ser humano en general?, en la búsqueda de una verdad que no encuentra en ninguna parte.
Pinter es un autor que disecciona a sus personajes enfrentándolos a sí mismos, haciendo que se cuestionen los motivos de su realidad más cotidiana, y como consecuencia directa su existencia. Y Animalario, por su trayectoria, es una compañía que asume retos interpretativos, que profundiza en la función que el teatro tiene, o debe tener, en nuestra sociedad más allá del simple divertimento. De ahí que no me sorprenda el montaje de esta obra.
En la representación que vimos en Carballo, la escenografía  de Beatriz San Juan te mete de lleno en el sórdido ambiente en el que se desarrollará esta comedia trágica sobre la sumisión y la rebeldía y sobre la condena de la espera permanente que se cierne sobre el hombre que no se pregunta el porqué de los acontecimientos que marcan sus impulsos vitales. Los plásticos negros que cubren las butacas invitan al espectador a sentir esa angustia y esa tensión en la que viven los dos protagonistas. Sicarios, (podrían ser cualquier otra cosa), que ven reducido su mundo a una habitación oscura y cerrada y que han perdido el control de sus actos. Acompañados por una banda sonora compuesta por los ruidos de viejas cañerías y grifos goteando, como si viviesen dentro de un vientre que no para de evacuar sus inmundicias.
Me gustó, el tono y la medida inquietante del tiempo, las frases cortadas, los silencios y las cosas que no se dicen, o las tonterías que se dicen para romper la tensa espera. Me gustó Willy Toledo, su naturalidad, su inconformismo, su tic nervioso, su manera llana de mantener una conversación a pesar de los nervios que produciría una situación tan claustrofóbica. Y no me gustó tanto la interpretación de Jesús Barranco, atenazado quizás por el reto de tener que sustituir a Alberto San Juan, y con poco tiempo de rodaje para encontrar el tono justo.
Tampoco me gustó la grandilocuencia del final, no la veo necesaria y creo que chirría y desentona con el planteamiento global de una obra que me parece, en general, una ración completa de buen teatro, de ese teatro no convencional que se hace preguntas aunque nadie las escuche ni reciban ningún tipo de respuesta.   
Salud   

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