(FIOT 2019)
28 FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO CARBALLO
VIVIR EN UNA JAULA
(A propósito de “Juguetes
rotos” de Producciones Rokamboleskas)
SANTIAGO PAZOS
Recuerdo cuando se estrenó la película “Un hombre llamado Flor
de Otoño” dirigida por Pedro Olea e interpretada genialmente por José
Sacristán, era 1978. Recuerdo igualmente el estreno de “La muerte de Mikel”
dirigida por Imanol Uribe e interpretada por Imanol Arias en 1984. Pero en el
77 ya se había estrenado en Madrid una versión de “La jaula de las locas”
dirigida por Jaime Azpilicueta. Obra que, convertida en musical, se puede ver
también estos días en Madrid. Y recuerdo, por esos años, haber leído “Diario de
un ladrón” de Jean Genet, una especie de biografía novelada que se desarrolla
en gran parte en Barcelona y en la que cuenta la sordidez que rodea la
prostitución masculina y las relaciones homosexuales en la época pre guerra
civil. Y no puedo situarlo exactamente, pero por esa época también vi “La ley
del más fuerte” y “Querelle” (precisamente basada en una obra de Genet), de
R.W. Fassbinder. También, ya lo he contado, fui a ver a Paco España, el gran
transformista español de la época de la transición y a otros en algunos antros
de Zaragoza, Santander o Valladolid.
Lo cuento porque es necesario situarse para poder escribir sobre
“Juguetes rotos”. Evocar la desazón y la rabia que te provoca asistir a
espectáculos que esconden una realidad difícil de entender y asimilar. Detrás
del oropel y las capas de maquillaje acartonado, los sentimientos y deseos de
libertad florecen y se manifiestan desde la sensibilidad más íntima. Y no es una reivindicación nueva aunque, afortunadamente, la búsqueda de la necesaria visibilidad sea hoy más potente y generalizada.
En “Juguetes rotos” me faltó ese aspecto reivindicativo que produce
la rabia y la injusticia. Y sin embargo, creo que la austeridad y contención
narrativa de Carolina Román tiene un nivel de calidad y calidez que cabe
destacar y aplaudir. Ese retrato en blanco y negro, coloreado únicamente por
unos números musicales bien resueltos e interpretados con lucimiento por Kike
Guaza, describe y sitúa la trama en una época, no tan lejana, en la que todas
las ventanas de España estaban cerradas a cal y canto.
Y esa austeridad tan representativa de la época nos la traslada
Nacho Guerreros con una interpretación que, aunque en principio resulta un tanto
envarada, te va cautivando poco a poco al transmitirnos tanto sentimiento y
sensibilidad reprimida desde la sobriedad de un ser que busca su lugar en el
mundo donde no tenga que vivir humillado. Su papel no tiene esa vistosidad de
la que goza su compañero pero quizás por eso, el suyo, es el más difícil de
interpretar. Y lo hace bien.
Y mención destacadísima merece Alessio Meloni por el diseño de
la escenografía. Acertada y metafórica. Esas jaulas llenas de plumas, tan
simbólicas como impactantes. Jaulas que por momentos se convierten en armarios
que hay que abrir por fuerza para no ahogarse. Buena iluminación también y
excelente dirección. Sin duda, Carolina Román, nos presenta un trabajo que retrata,
con bastante verosimilitud, la realidad de unos hombres que perseguían vivir su
segunda vida como la única posible para ser ellos mismos, sin recurrir al
panfleto y que nos ayuda a nosotros a liberarnos de los propios prejuicios.
Salud y larga vida…
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