lunes, 14 de octubre de 2019

JUGUETES ROTOS

(FIOT 2019)
28 FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO CARBALLO

VIVIR EN UNA JAULA
 (A propósito de “Juguetes rotos” de Producciones Rokamboleskas)

SANTIAGO PAZOS

  
Recuerdo cuando se estrenó la película “Un hombre llamado Flor de Otoño” dirigida por Pedro Olea e interpretada genialmente por José Sacristán, era 1978. Recuerdo igualmente el estreno de “La muerte de Mikel” dirigida por Imanol Uribe e interpretada por Imanol Arias en 1984. Pero en el 77 ya se había estrenado en Madrid una versión de “La jaula de las locas” dirigida por Jaime Azpilicueta. Obra que, convertida en musical, se puede ver también estos días en Madrid. Y recuerdo, por esos años, haber leído “Diario de un ladrón” de Jean Genet, una especie de biografía novelada que se desarrolla en gran parte en Barcelona y en la que cuenta la sordidez que rodea la prostitución masculina y las relaciones homosexuales en la época pre guerra civil. Y no puedo situarlo exactamente, pero por esa época también vi “La ley del más fuerte” y “Querelle” (precisamente basada en una obra de Genet), de R.W. Fassbinder. También, ya lo he contado, fui a ver a Paco España, el gran transformista español de la época de la transición y a otros en algunos antros de Zaragoza, Santander o Valladolid.


Lo cuento porque es necesario situarse para poder escribir sobre “Juguetes rotos”. Evocar la desazón y la rabia que te provoca asistir a espectáculos que esconden una realidad difícil de entender y asimilar. Detrás del oropel y las capas de maquillaje acartonado, los sentimientos y deseos de libertad florecen y se manifiestan desde la sensibilidad más íntima. Y no es una reivindicación nueva aunque, afortunadamente, la búsqueda de la necesaria visibilidad sea hoy más potente y generalizada.

En “Juguetes rotos” me faltó ese aspecto reivindicativo que produce la rabia y la injusticia. Y sin embargo, creo que la austeridad y contención narrativa de Carolina Román tiene un nivel de calidad y calidez que cabe destacar y aplaudir. Ese retrato en blanco y negro, coloreado únicamente por unos números musicales bien resueltos e interpretados con lucimiento por Kike Guaza, describe y sitúa la trama en una época, no tan lejana, en la que todas las ventanas de España estaban cerradas a cal y canto.


Y esa austeridad tan representativa de la época nos la traslada Nacho Guerreros con una interpretación que, aunque en principio resulta un tanto envarada, te va cautivando poco a poco al transmitirnos tanto sentimiento y sensibilidad reprimida desde la sobriedad de un ser que busca su lugar en el mundo donde no tenga que vivir humillado. Su papel no tiene esa vistosidad de la que goza su compañero pero quizás por eso, el suyo, es el más difícil de interpretar. Y lo hace bien.

Y mención destacadísima merece Alessio Meloni por el diseño de la escenografía. Acertada y metafórica. Esas jaulas llenas de plumas, tan simbólicas como impactantes. Jaulas que por momentos se convierten en armarios que hay que abrir por fuerza para no ahogarse. Buena iluminación también y excelente dirección. Sin duda, Carolina Román, nos presenta un trabajo que retrata, con bastante verosimilitud, la realidad de unos hombres que perseguían vivir su segunda vida como la única posible para ser ellos mismos, sin recurrir al panfleto y que nos ayuda a nosotros a liberarnos de los propios prejuicios.



Salud y larga vida…




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