(FIOT 2017)
26 FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO DE CARBALLO
SUPERPOSICIONES
(A propósito de “Todo el tiempo del mundo”, de Buxman y Kamikaze
Producciones)
SANTIAGO PAZOS
Según el María Moliner, superponer significa: (3) Mezclarse un
sentimiento, deseo, etc., con otro: “Al deseo de ayudarle se superpone un
cierto gusto de humillarle”. Algo muy parecido a lo que Pablo Messiez nos
ofrece en “Todo el tiempo del mundo”.
Un espacio reconocible, una zapatería situada en los años
cincuenta/sesenta, con una estética costumbrista que semeja un cuadro de Edward
Hopper, y un personaje central que deambula entre la realidad alucinada y la
ensoñación, que me recuerda, sin saber muy bien porqué, a esos personajes que
aparecen con la cara tapada en los cuadros de René Magritte. Un personaje que
superpone los tiempos, pasado, presente y futuro, formando un coctel
esquizofrénico que nos hace dudar y nos engancha en su vorágine alucinatoria.
Una obra que, aun sosteniéndose principalmente sobre la potencia
de un texto poético profundo, no deja de lado aspectos estéticos que funcionan
como un gran elemento seductor y un cierto simbolismo surrealista que nos
ofrece imágenes, como las del larguísimo velo de novia o la cantante hippy
descalza, de una belleza inquietante.
Un texto que describe un viaje en el tiempo indefinido, donde la
vida se escapa sin dejar constancia de su paso, con paradas en estaciones donde
los sentimientos están esperando para ser sentidos. Con un lenguaje onírico,
bello, agitado, que en algunos aspectos formales recuerda al Lorca más
surrealista, (nada extraño si tenemos en cuenta que Messiez acaba de estrenar
“Bodas de sangre” en el María Guerrero de Madrid), incluso una de las actrices
hace mención a los caballos como la Julieta de “El público”.
Comentaba
en la crítica que hice de “Los brillantes empeños” de Grumelot, que vimos en el
OTNI en 2014, con texto y dirección del propio Messiez, que sus personajes
estaban encerrados dentro de un presente desnudo que intentaban vestir y
revestir, repitiendo versos clásicos para poner en palabras sus sentimientos,
entre un futuro que no existía y un pasado que habían olvidado, destacando la
visceralidad carnal de las interpretaciones, por impresionantes y descarnadas,
que pretendían representar la vida como una ficción asfixiante. Reflexión que
no iría nada desencaminada si la aplicásemos a esta obra de referencias
autobiográficas.
Me
gustó porque me seduce más el teatro que me hace pensar, que intenta sublimar
la realidad y la existencia de seres humanos complejos, que ese otro teatro de
entretenimiento que me ofrece planteamientos mil veces vistos.
Y
pienso, además, que siendo un texto que sugiere montajes diversos, (por ejemplo,
puliendo un poco los largos monólogos), esta propuesta de Buxman y Kamikaze es
estéticamente muy bella, con un ritmo que favorece adecuadamente la movilidad
de los actores y con una iluminación, en la que predominan los claroscuros, que
nos sitúa sutilmente en esa profundidad de conflictos psicológicos que domina toda la obra.
Salud
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