(FIOT 2013)
XXII
FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO DE CARBALLO
DEL
SILENCIO INCÓMODO A LA TERNURA
(A propósito de “André y Dorine” de Kulunka
Teatro)
SANTIAGO
PAZOS
Al
principio me incomodó el silencio, la falta del verbo, las inertes miradas. Fueron
diez o quince minutos antes de que la ternura más humana inundase el auditorio
del Pazo de Cultura de Carballo. Sabía, por algunas lecturas introductorias y
por los comentarios de Carmen Castro y de los tres actores de Kulunka, en el
Café con… de la tarde, que eso podía ocurrir, mas en el inicio de la
representación dudé. Temí por el aburrimiento y el bostezo. ¿Y si mi capacidad
empática y mi sensibilidad no estaban a la altura de toda esa gente, (170
funciones, incluyendo el Nepal), que comentaban, después de ver “André y
Dorine”, cómo aquellas caras duras, aquellas máscaras, les habían transmitido
sentimientos tan agridulces, tan humanos, tan vivos?
Y
descubrí que sí, que por mucho que yo odie la sensiblería facilota y el
empalago que produce, era capaz de sentir lo que por naturaleza aquellas
máscaras tenían vetado. Kulunka lo pone fácil, emociona sin caer en la ñoñería
sentimental, hace comprensible esa historia de amor sin necesidad de abrir la
boca, sin decir palabra hasta el final en que una canción, que para mi entender
sobraba, resume todo lo que el movimiento bien medido y el ilusionismo ya nos
han contado.
Digo
ilusionismo porque, una vez metidos en la historia, aquellas máscaras parece
que perdieran su rigidez para agriar o dulcificar el gesto como si estuviesen
hechas con la misma carne del cuerpo humano que las viste.
Eduardo Cárcamo, Garbiñe Insausti y José Dault
Me gustó
la sencillez escenográfica. Facilita los muchos flash back, sobre los
antecedentes, imprescindibles para entender lo que pasa. Me gustaron las
máscaras, muy logradas, fabricadas por la actriz de la Compañía, Garbiñe
Insausti. Me gustaron los actores, Garbiñe, José Dault y Eduardo Cárcamo, que
dan vida a los diversos personajes dotándolos de personalidades bien
diferenciadas, comedidos y austeros cuando lo fácil hubiese sido caer en la
extravagancia. Y me parece buena la dirección de Iñaki Recarte, responsable
directo de todos esos aciertos mencionados antes. Sin embargo no me gustó la
música de Yayo Cáceres, imprescindible para el perfecto engranaje escénico, por
mucho que tuviese una candidatura para los Premios Max, resultando escasa de
matices para mi modesto entender.
Aunque
la enfermedad de Alzheimer sea la excusa, el hilo conductor de la trama es el
amor en todas sus manifestaciones, incluyendo el aburrimiento que produce
cuando se gasta, o cuando ya raído escuece y ata. Lo expresa muy bien André
Gorz en su “Carta a D”, escrita antes de suicidarse en compañía de su esposa
Dorine, y referente principal del guión de “André y Dorine”: “Acabas de cumplir
ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco
kilos, pero sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho
años que vivimos juntos y te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos
vivido juntos, porque te amo más que nunca”.
Salud
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