sábado, 26 de octubre de 2013

"Distancia siete minutos" de Titzina Teatre

(FIOT 2013)
XXII FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO DE CARBALLO

CUANDO NOS HAN ROBADO LA FELICIDAD
 (A propósito de “Distancia siete minutos” de Titzina Teatre)

SANTIAGO PAZOS

El público de Carballo es muy agradecido, aplaude con muchas ganas cuando le gusta una obra, y parece que aplaude también con muchas ganas cuando no le gusta, sólo parece. Creo que Titzina Teatre ya sabe apreciar esa diferencia, saben que por estas tierras se les admira, pero el aplauso de ayer, bastante fuerte, no se parece en nada al atronador aplauso que recibieron, hace pocos años, por “Exitus”.

Su proceso creativo es el mismo, se alimentan de lo cotidiano, de la experiencia viva, van a la fuente de la realidad para dar verosimilitud a los temas sobre los que quieren trabajar. Así van montando su personal arquitectura teatral, a una idea primigenia se le van sumando vértices poliédricos que recogen los efectos colaterales que cualquier temática desarrolla. La realidad es muy complicada.

En “Distancia siete minutos”, de la felicidad, o del cuestionamiento de la infelicidad, pasan a diseccionar el mundo de la justicia, las conflictivas relaciones familiares entre hijo y padre, las culpabilidades por el suicidio de la madre y sus consecuencias, o los siete minutos de terror que se producen antes de que el robot espacial Curiosity aterrizara en Marte. Me gusta su estilo constructivo. El resultado es un texto dramático con una buena estructura y cargado de matices.

Un texto, bien dialogado y con unos monólogos perfectamente armados, al que Diego Lorca y Pako Merino vaciaron de intensidad con unas interpretaciones que dejan mucho que desear, quizás por falta de rodaje. Lineales, sin ninguna profundidad, sin sentimiento ni credibilidad, perdiendo fuelle, escena tras escena. Actuando con tal monotonía que convierten en una lectura de texto, sobre todo la última media hora interminable, lo que era un estreno teatral.

Sin embargo, todo lo demás es impactante. Minimalista la música y la escenografía, y elegante, con unos toques muy efectistas, la iluminación. Un engranaje, en apariencia sencillo, que funciona a la perfección, abriendo espacios, y creando atmósferas, llenos de matices.

Un montaje estupendo que hace más visibles, si cabe, las carencias y defectos de unos actores que, sabiendo que pueden hacerlo mucho mejor, como nos demostraron en otras ocasiones, ayer, nos hicieron sentir como que nos robaban la felicidad prometida.

Salud



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