(FIOT 2018)
27 FESTIVAL INTERNACIONAL OUTONO DE TEATRO CARBALLO
EL DEBER DE SER FELIZ
(A propósito de “Crimen y
Telón” de Ron Lalá)
SANTIAGO PAZOS
(Fotografías de David Ruiz)
Abandonados los clásicos, (es un decir), Ron Lalá regresan en “Crimen
y Telón” a sus orígenes. Bueno, ni tanto… Porque la trama argumental ha ganado peso,
la capacidad interpretativa demuestra una madurez incuestionable y el montaje
adquiere una complejidad formal y estética que, aún sin querer, nos hace volver
la vista atrás y recordar Siglos de oro y Cervantinas.
Los procesos creativos, los de la verdad, los de saltar sin red
corriendo el riesgo de desnucarse, esos recorridos que llamamos arte, dejan una
pátina de magia en los que han transitado por sus caminos que difícilmente son
capaces de desprenderse de su saludable poso.
Y es un decir que abandonaron los clásicos porque aquí hacen un
homenaje a la esencia del teatro y a todos los teatreros que en la historia
fueron o siguen siendo. Cierto es, claro, que esa mezcla entre los ¿populacheros?
guiños al público para enredarlos en esa fanfarria, que te engancha desde el
principio para no soltarte hasta el final, y las referencias cultas y bien
trabadas como la aparición del padre de Hamlet (por poner un ejemplo), o ese
poema de Gil de Biedma, tan admirado por mí, recitado entre muchos otros con
tanta reverencia, descoloca un poco.
Pero así son Ron Lalá. En el fondo, su labor es pedagógica en
variadas direcciones. Nos mandan un mensaje muy claro. Ese tiempo que
compartimos con ellos tenemos que dedicarlo a ser felices, a reírnos, a
ensoñarnos, a disfrutar del arte de la comedia. No solo como un tiempo de
pérdida ociosa y desenfadada, sino también como un tiempo de coincidencias
líricas, amor por la belleza, respeto por lo creado y aprendizaje.
Me gustó mucho el montaje, en blanco y negro con reminiscencias
del cómic y del cine negro. Me entusiasmaron esos pantallazos iniciales y esa
iluminación tan escasa como inteligentemente diseñada donde las sombras y los
claroscuros decían tanto. Me gustaron menos algunas de sus rondallas (quizás
por mi sosería genética). Sentí que corrían más de lo necesario para mis
constantes vitales (tendrían prisa por recoger el premio que el público fiotero
les concedió en 2016).
Y tendría que hacer referencia a otros muchos recursos teatrales
que me sorprendieron gratamente. Los maniquíes, la aparición de la regidora y
sus conversaciones con los técnicos, su empatía con el público y su cercanía. Por algo en Carballo son como de
casa.
Tengo que decir que a mí me gustan más cuando no se empeñan en
ser tan parecidos a sí mismos, pero reconozco que cuando una Compañía de
teatro, en este mundo global digitalizado, reivindica el teatro como algo analógico
que hay que cuidar y defender y consigue mantenerse en la cúspide, y crecer,
con un estilo tan definido, tan propio y único, lo lógico es que su fidelidad a
ese modo exclusivo de hacer se haga patente y se muestre con orgullo en cada
trabajo.
Salud y larga vida…
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